martes, 18 de agosto de 2009

Camino a los Emmy: Mad Men (Drama)

Nombre: Mad Men
Temporadas: 3(27 episodios)La 3ª comenzó a emitirse el pasado 16 de agosto. Cadena (AMC)
Creador: Matthew Weiner
Nominaciones a los Emmy: 16


Los primeros capítulos de Mad Men desconciertan porque no anticipan lo que va a mostrarse después. Uno los asume como guiones incialies bien trabajados pero quizá aún superficiales. Demasiados personajes y muy poco concretos: cada uno mantiene su individualidad –qué menos para una serie americana, en un país cuyo arte de escribir diálogos se ha vuelto universal–, pero no hay una rica conciencia palpitando tras las palabras. Yo, que detesto las series (con frecuencia resultan banales, pero alimentan una necesidad por encima de su contenido profundo), estuve a punto de abandonar a Don Drapper porque no veía nada en él que reclamase mi atenta observación.

El tiempo me enseñó que me precipitaba. Con el avance de los capítulos las personalidades se matizan y las circunstancias se vuelven más sombrías. El Piloto seducía al público por su atrevida y algo aprovechada visión constante de lo políticamente incorrecto: machismo, tabaco, alcohol. Una serie así no hubiera llegado muy lejos, pues lo nuevo se quiebra cuando se vuelve algo habitual. La belleza de la ficción debería resistir una y mil veces a nuestra severa mirada. Desde el momento en que nuestro gélido Don Drapper es un hombre que no existe; y desde que la vida de los personajes es un vaso de fina bohemia expuesto a ruidos demasiado agudos, la serie adquiere otro matiz y se torna sinuosamente brillante.

Me parece un acierto que los guionistas no centrasen la trama en el hermano de Don, en su secreto: el interés no reside en los hechos (premisa de todo gran arte) sino en lo que devienen, en la personalidad que los sustenta. Don Drapper es un ser vacío; también es un hombre sin fisuras. Dentro de la perpetua mentira en la que vive, el hombre real que se esconde tras la máscara se agita y sufre y se enamora, pero por encima de esos sentimientos sanguíneos se encuentra nada menos que su vida: mujer, hijos, trabajo, dinero. Y es un patrimonio demasiado amplio como para permitir que se derrumbe.

Todo en la serie se dirige a construir la diferencia entre quiénes somos, qué nos inculca la sociedad, y cómo asimilamos la diferencia. Cada uno representa el papel asignado, pero existen igualmente perdidos. A partir de la mitad, digamos, de la primera temporada, cada capítulo muestra una decadencia progresiva. Hombres alcohólicos e infieles, que creen entregarse al placer por su propia voluntad cuando en verdad se entregan al caos. Mujeres que ignoran si aún son niñas que se abandonan a los hombres para suplir sus propias carencias.

Sonaría anacrónico si el presente no se pareciese tanto a lo que esta serie muestra. El amor como deseo, y no como compromiso; la necesidad de mostrar una imagen externa opuesta a nuestro interior, pues se sustenta sobre hucos estereotipos que poco conllevan; una vida de ocio y ganancias materiales; vínculos personales tan elaborados como un jardín japonés, pero podridos por dentro; dramas personales que a nadie le importa salvo al que los padece… Todo en Mad Men es una máscara. Una serie chapada a la antigua que nos habla de hoy; hombres seguros de sí que tienen miedo; mujeres desubicadas que parecen ubicadísimas; productos que sólo se diferencian entre ellos porque se anuncian y seleccionan valores…

Cada mínimo detalle encaja; pero no como las figuras del Tetris, sino como en un cuadro impresionista. La serie se despliega poco a poco, color tras color, y es el conjunto el que nos deja anonadados. Al igual que ocurre con Los Soprano, la risa o el regocijo iniciales dejan paso poco a poco a sensaciones más densas, que nos obligan a cotejar nuestra experiencia y nuestros sentimientos con los de los personajes a cuya caída asistimos.

Mad Men es estimulante, es graciosa cuando debe, es variada, es (sobre todo) un drama sobre los frágiles e inmaduros pilares sobre los cuales, en el fondo, se asienta la existencia moderna. Qué poco sabemos estar a la altura, ya no de nuestro nombre, sino incluso de un nombre inventado. Vayamos adonde vayamos, triunfemos como triunfemos, nunca dejaremos atrás la sombra de ser nosotros mismos.

Si una serie puede medirse (y debería medirse así) por la variedad y amplitud de lo que provoca, incluyendo también la sana sorpresa, Mad Men está entre las primeras. Hacía mucho tiempo que no se describían con tanta sutileza las redes del vacío personal de nuestro mundo, radiante sin embargo de publicidad. Entre sus muchos personajes, quizá nos encante Peggy, la buena chica ingenua que llega alto ocultándose cada vez más; el homosexual reprimido pero galante con su esposa; el jefe vividor que desconoce el rumbo de sus egoístas sentimientos; la secretaria sensual que lo logra todo gracias a su sensualidad, pero que –desgracia la suya– esconde un talento superior a eso; el oportunista infantil con aspiraciones, egocéntrico y dañino; la esposa perfecta sin razón para estar casada, pero cuya felicidad depende directamente del matrimonio.

Da lo mismo.

En un nivel u otro, todos somos más Don Drapper. Todos hemos decidido que una parte de nuestro pasado debe quedar detrás. Que el fracaso (signifique lo que signifique) debe negarse. Que el olvido es necesario para ser alguien. Una vida construida con la argamasa de la negación.

Una grandísima mentira.

Y por eso precisamente más terrible, más compleja.

Javier C.

5 razones para ver Mad Men

Si mi gran amigo y mejor escritor Javier no os ha convencido con su texto de que comencéis a ver la serie, a continuación sintetizaré en cinco punto las razones por las que creo que no deberíais perdérosla.

1- La recreación de los años 60 como pocas veces los habíamos visto. La serie muestra sin complejos el machismo, alcoholismo o la feroz competencia de la sociedad americana de la época. Una recreación que con el paso de los capítulos se va diluyendo y nos recuerda a los ideales que hoy en día imperan en nuestra sociedad, lejos del optimismo de la era Kennedy que se nos suele enseñar.

2- Los personajes son tan reales que parece que se pueden tocar. Desde las dos obras maestras de HBO (Los Soprano y A Dos Metros Bajo Tierra) ninguna serie había mostrado personajes tan complejos, con tantas capas. Los malos no son malos del todo, y lo mismo pasa con los buenos (si es que los hay).

3- Es la serie de moda, de la que todos los "entendidos" hablan. Ha sido portada de la revista Time, el año pasado acaparó los grandes premios de la televisión y, aunque tiene muchos admiradores, sus detractores también son legión. ¿Obra maestra? ¿Bobada pretenciosa? La única manera de posicionarte en un bando es viéndola.

4- Es la serie de la contención. De la economía del lenguaje. Un gesto, una mirada O un par de palabras pueden expresar un mundo. Es la serie del subtexto, de las segundas y terceras lecturas. Una serie que no puedes ver mientras haces la comida. Trata a los espectadores como personas inteligentes, y nosotros se lo agradecemos.

5- Porque como toda buena obra de arte, Mad Men no es sólo una serie de televisión. Es una obra que pone en tela de juicio los pilares sobre los que nos asentamos. Que nos recuerda a nuestra sociedad más de lo que nos gustaría y que, al fin y al cabo, nos hace pensar, que nunca está de más.

Y de propina, os presento a Don Draper, protagonista de Mad Men.


Camino a los Emmy: Breaking Bad (Drama)

Ponte en situación. Eres un cincuentón, profesor de química de un instituto, un trabajo para el que estás sobrecualificado. Toda tu carrera y tus ambiciones personales las has sacrificado por tu familia. La economía familiar no pasa por su mejor momento, con lo que tienes que buscar un segundo trabajo en un lavadero de coches para costear los gastos de la llegada de tu segundo hijo, que nacerá en unos pocos meses. Así las cosas, te diagnostican un cáncer de pulmón inoperable.

¿Qué hacer?

Mantenerlo en secreto y comenzar a traficar con metanfetamina para dejar una buena herencia a tu familia. Al menos, eso es lo que hace Walter White.

Por su puesto, sabes como fabricar la droga, pero no tienes ni idea de qué hacer con ella, con lo que te asocias con un antiguo alumno tuyo, Jesse Pinkman, un chico que no prometía mucho en sus tiempos de estudiante y que está haciendo sus primeros pinitos en el tráfico de drogas.

Hasta este momento, aunque un tanto extraño, parece un buen plan. Pero no cuentas con una cosa. Tu nueva ocupación te gusta. Llena el vacío de ambiciones en el que has vivido las últimas décadas. Empiezas a sentirte útil, poderoso, imprescindible. Al mismo tiempo aparecen los problemas: un cuñado que trabaja en la fuerza antidroga, errores de novato en el tráfico del cristal, situaciones peligrosas y, sobre todo, dificultades para justificar las prolongadas ausencias en casa.

Y ahora ¿qué hacer?

¿Dejar la aventura cuando aun estás a tiempo? Parece lo lógico. Pero Dios, nunca te has sentido tan vivo, la sensación del peligro constante te gusta cada vez más. ¿Cuál es entonces la solución?

Mentir

Mentir a tu familia en todo momento, ocultar las salidas y llegadas, las llamadas, poner excusas absurdas con tal de seguir sintiéndote vivo, de continuar experimentando esas sensaciones tan intensas. Al fin y al cabo lo estás haciendo por ellos, por tu familia ¿O por ti? Te autoconvences de que es un sacrificio más, el último que haces por ellos antes de desaparecer. Pero lo cierto es que cada vez se trata más de un acto egoísta.

Tu mujer y tu hijo se preocupan por tus ausencias y tus extraños comportamientos, pero ya no hay vuelta atrás porque la mentira es cada vez más grande. Porque la mentira se ha vuelto tan grande que tú mismo comienzas a creértela. Cada vez te sientes menos Walter White y más Heisenberg, tu nombre "artístico" en el mundo del crimen. Sientes que Jesse Pinkman, tu asociado, es más tu familia que tu mujer y tu hijo.

Siguen las mentiras, porque ya son imparables. Porque ya no hay manera de detener esa espiral enorme que tú mismo has creado. Tu secreto, tu nueva vida, es ya la prioridad, y eso te vuelve más mezquino, más frío, te hace cometer actos cada vez más despreciables. Es el precio a pagar por proteger la mentira, que para ti ya se ha convertido en la verdad.


5 razones para ver Breaking Bad:

1- Bryan Cranston (el padre de Malcom en Malcom in the middle) hace un papel espectacular.
2- Los personajes secundarios son también muy interesantes y complejos, en especial Jesse Pinkman, el compañero de negocios de Walter.
3- El ritmo es pausado, pero no lento, algo nada habitual en televisión, directamente heredado de Los Soprano
4- Tiene grandes momentos de humor negro que recuerdan mucho al cine de los hermanos Coen.
5- Los finales de capítulo son casi siempre magistrales. Nada de dejarnos en medio de una escena como en Lost, True Blood o Prison Break. Contundentes, pero finales de verdad.

Si aun no te he convencido de que veas la serie, a continuación puedes ver la poderosa secuencia que abre el episodio piloto.