miércoles, 18 de mayo de 2011

En respuesta a la cobertura de #acampadasol

Presto el blog a un amigo para seguir hablando de lo que está pasando en los últimos días

Los medios de comunicación tradicionales, así como los acomodados contertulios y articulistas de siempre, están atacando este movimiento con los argumentos más sibilinos –e inteligentes– que pueden usar. Son los habituales, a saber:

1- Que los protestantes no expliquen claramente cuáles son sus alternativas.

2- Que no haya un líder o una cabeza visible en todo esto.

3- Que no haya un objetivo “real” a la vista. Algo posible o realista.

(En consecuencia, se tacha de utópico o estúpido este movimiento).

4- Que con quejas no se consigue nada.


Estamos obligados a discrepar.

El Poder no sabe qué hacer porque no sabe a qué se enfrenta. Pretende asimilar todas estas quejas con los argumentos típicos de las propuestas: “Proponed algo”. Pero en cuanto haya una propuesta seria, el Poder dirá que tales pretensiones son imposibles, y las irá rebajando hasta convertirlas en Poder, o hasta convertirlas en nada (que es lo mismo). Y lo mismo ocurrirá cuando por fin tengan un líder o una consigna contra la que dialogar. El Poder sólo sabe ver lo que se le parece: lo evidente, lo de siempre, lo que tiene controlado.

La mayor virtud de estas quejas, de este movimiento contra una democracia ridícula, consiste en eso. En que no se sabe qué es, pero se deja sentir. En que sólo dice NO, y más NO, y sigue insistiendo en que NO. No quiere proponer alternativas, quiere decir NO a esto. NO quiere líderes, no quiere soluciones. Para líderes y para soluciones están –se supone– los políticos.

La función del pueblo, del pueblo sin nombre, es la decirles que NO.

Que no es, como dicen los medios, algo fácil y simple. Decir que NO es lo más difícil del mundo. Y es lo que más teme el Poder. Que alguien diga “No, no trago más”.

Una democracia espuria como la nuestra; un sistema bancario absurdo; una esclavitud laboral en aumento para enriquecer más a los de siempre.

Ante eso no vamos a proponer ni alternativas ni propuestas.

Vamos a deciros que NO, que no tragamos, y allá os la apañéis.


Unámonos todos en esa gran negación, y ya se verá después adónde nos lleva.



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Soy inconsciente, inconstante, inconsistente y me contradigo seis veces en cada frase. Me quejo del conformismo de mis padres sentado en mi ordenador. Clamo por el fin de la avaricia del sistema a través del último juguetito de Apple y tomando una hamburguesa del McDonald’s.

Nací pragmático y adopté la ironía como forma de vida. No he cumplido un cuarto de siglo y ya estoy de vuelta de todo. No creo en nada porque todo está inventado, todas las revoluciones están hechas y todas las batallas acaban perdiéndose. Me cabreo cuando veo una injusticia, pero no me levanto porque no quiero ser el único gilipollas que lo haga.

Asisto a rescates bancarios que se pagan con recortes sociales y a privatizaciones hechas por su bien común. Me trago gobiernos de chorizos que ni siquiera sienten remordimientos porque ellos mismos se creen que es lo normal. Y con ellos a sus medios de comunicación, más pendientes de tener a sus amigos cerca del poder que de contar lo que pasa.

Asumo que perseguir el sueño de dedicarme a lo que me gusta merece ser castigado con inestabilidad laboral y 300 euros al mes. Doy por hecho que no podré pagar un piso hasta los 30 pero tengo que estar agradecido porque me dan la oportunidad de trabajar en lo que he estudiado.

Tengo la frase “es lo que hay” tatuada en la frente y la utilizo como un mantra en los momentos de inconformismo o rebeldía. Junto a ella, echo la culpa a lo inabarcable de la globalización y a la imposibilidad de frenar la gran rueda del consumo dando gritos desde el balcón de mi casa.

Para cada problema, más que una solución, tengo una excusa. Veo el poder como algo ajeno, de otros de los que sólo espero que me jodan lo menos posible. No creo en esta democracia porque no hay quien se la crea, porque tengo tan poco en común con los partidos mayoritarios que me parece increíble que vivan en el mismo país que yo.

No he vivido una guerra, ni he luchado por la democracia y los derechos sociales. Eso, según parece, me incapacita para quejarme de todo lo anterior. Me lo han dado todo hecho y encima tengo la desfachatez de protestar.

Desde el pasado domingo, miles de jóvenes y no tan jóvenes que piensan como yo, hemos decidido que ya está bien. Que queremos que sepan que no somos imbéciles y que no ignoramos lo que nos están haciendo. Nos juntamos y alzamos la voz, y lo hacemos a través de mecanismos que dominamos mucho mejor que ellos. Dicen que no sabemos lo que queremos, pero tenemos muy claro lo que no queremos. Por eso es una revolución, porque aunque no conozcamos el final, sabemos que no daremos marcha atrás. Es una revolución que escapa a sus mecanismos, por eso la menosprecian.

Que lo hagan. A ver si les pilla dormidos.