miércoles, 18 de mayo de 2011

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Soy inconsciente, inconstante, inconsistente y me contradigo seis veces en cada frase. Me quejo del conformismo de mis padres sentado en mi ordenador. Clamo por el fin de la avaricia del sistema a través del último juguetito de Apple y tomando una hamburguesa del McDonald’s.

Nací pragmático y adopté la ironía como forma de vida. No he cumplido un cuarto de siglo y ya estoy de vuelta de todo. No creo en nada porque todo está inventado, todas las revoluciones están hechas y todas las batallas acaban perdiéndose. Me cabreo cuando veo una injusticia, pero no me levanto porque no quiero ser el único gilipollas que lo haga.

Asisto a rescates bancarios que se pagan con recortes sociales y a privatizaciones hechas por su bien común. Me trago gobiernos de chorizos que ni siquiera sienten remordimientos porque ellos mismos se creen que es lo normal. Y con ellos a sus medios de comunicación, más pendientes de tener a sus amigos cerca del poder que de contar lo que pasa.

Asumo que perseguir el sueño de dedicarme a lo que me gusta merece ser castigado con inestabilidad laboral y 300 euros al mes. Doy por hecho que no podré pagar un piso hasta los 30 pero tengo que estar agradecido porque me dan la oportunidad de trabajar en lo que he estudiado.

Tengo la frase “es lo que hay” tatuada en la frente y la utilizo como un mantra en los momentos de inconformismo o rebeldía. Junto a ella, echo la culpa a lo inabarcable de la globalización y a la imposibilidad de frenar la gran rueda del consumo dando gritos desde el balcón de mi casa.

Para cada problema, más que una solución, tengo una excusa. Veo el poder como algo ajeno, de otros de los que sólo espero que me jodan lo menos posible. No creo en esta democracia porque no hay quien se la crea, porque tengo tan poco en común con los partidos mayoritarios que me parece increíble que vivan en el mismo país que yo.

No he vivido una guerra, ni he luchado por la democracia y los derechos sociales. Eso, según parece, me incapacita para quejarme de todo lo anterior. Me lo han dado todo hecho y encima tengo la desfachatez de protestar.

Desde el pasado domingo, miles de jóvenes y no tan jóvenes que piensan como yo, hemos decidido que ya está bien. Que queremos que sepan que no somos imbéciles y que no ignoramos lo que nos están haciendo. Nos juntamos y alzamos la voz, y lo hacemos a través de mecanismos que dominamos mucho mejor que ellos. Dicen que no sabemos lo que queremos, pero tenemos muy claro lo que no queremos. Por eso es una revolución, porque aunque no conozcamos el final, sabemos que no daremos marcha atrás. Es una revolución que escapa a sus mecanismos, por eso la menosprecian.

Que lo hagan. A ver si les pilla dormidos.

2 comentarios:

Juan José Monge dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Juan José Monge dijo...

Enorme post Álvaro!